La dignidad de la persona humana está
enraizada en su creación a imagen y semejanza de Dios; se realiza en su vocación
a la bienaventuranza divina. Corresponde al ser humano llegar libremente a esta
realización. Por sus actos deliberados, la persona humana se conforma, o no se
conforma, al bien prometido por Dios y atestiguado por la conciencia moral.
Los seres humanos se edifican a sí
mismos y crecen desde el interior: hacen de toda su vida sensible y espiritual
un material de su crecimiento. Con la ayuda de la gracia crecen en la virtud,
evitan el pecado y, si lo han cometido recurren como el hijo pródigo a la
misericordia de nuestro Padre del cielo. Así acceden a la perfección de la
caridad.
La dignidad se basa en el reconocimiento de
la persona de ser merecedora de respeto, es decir de todos merecemos respeto
sin importar como seamos.
Al reconocer y tolerar todas las diferencias de cada
persona, para que esta se sienta digna y libre, se afirma la virtud y la propia
dignidad del individuo, fundamentando en el respeto de cualquier otro ser.
La dignidad es el resultado del buen
equilibrio emocional. A su vez, una persona digna puede sentirse orgullosa de
las consecuencias de sus actos y de quienes se han visto afectados por ellos, o
culpable, si ha causado daños inmerecidos a otros.
La misma dignidad que nos pone por encima
de la naturaleza, pues podemos transformarla también en nosotros mismos, contenerla,
regularla, nos hace responsables. Un exceso de dignidad puede fomentar el orgullo
propio, pudiendo crear la sensación a los individuos de tener derechos exclusivos
privilegios.
La dignidad refuerza la personalidad,
fomenta la sensación de plenitud y satisfacción. Para justificar la esclavitud
se decía que el esclavo no era persona humana, sino un objeto al igual que los
judíos, gitanos y homosexuales durante el nacismo.
Es constante en la historia de la humanidad
negar la dignidad humana para justificar y justificarse en los atentados contra
él. La dignidad es reconocida por los seres humanos sobre sí mismos, como
producto de la racionalidad, la autonomía de la voluntad y el libre albedrío ,
aunque los críticos sobre esta forma de asignar dignidad indican que existen
humanos bajo este criterio no podrían tenerlas: bebes, niños, disminuidos
psíquicos profundos, seniles, dementes, etc.
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